Comentario
Los hombres y mujeres de la Edad Media sufrían con dureza las consecuencias del abrumador peso del medio físico. Los rigores del invierno eran muy difíciles de combatir para todas las clases sociales, utilizando tanto los nobles como los humildes el fuego para combatirlo. Gracias a la leña o el carbón vegetal el frío podía ser evitado en mayor medida, surgiendo incluso rudimentarios sistemas de calefacción, siendo la chimenea el más utilizado. El refugio más empleado durante los largos y fríos inviernos eran las casas, utilizando numerosas ropas de abrigo para mitigar los rigores meteorológicos. Las pieles serían un elemento característico del vestido medieval. Combatir el calor tampoco era tarea fácil. Para huir de los rigores de la canícula sólo existían los baños y las gruesas paredes de las iglesias y los castillos.
A partir de los rigores climáticos encontramos otro elemento que suponía una importante limitación: la luz. Pensemos que durante las horas nocturnas las actividades se reducían a la mínima expresión. Incluso las corporaciones laborales prohibían a sus miembros trabajar durante la noche, tratándose de un tiempo para la pausa y el reposo -a excepción de los cánticos de los monjes-. Entre los motivos de estas prohibiciones encontramos la posibilidad de provocar incendios o la imperfección en el trabajo debido a la escasa visibilidad. No debemos descartar motivos menos prosaicos como la competencia desleal que se podría realizar durante este tiempo explotando a los obreros. Pero también debemos advertir que las horas nocturnas solían servir a la fiesta en castillos o universidades, fiestas que se extendían a toda la sociedad en fechas señaladas como el 24 de diciembre o la noche de difuntos.
Sin embargo no cabe duda de que la sumisión del hombre a la naturaleza se pone de manifiesto con toda su intensidad con motivo de las grandes catástrofes: pestes, incendios, inundaciones, sequías, etc. Los incendios eran práctica habitual en el mundo medieval, propagados gracias a la utilización de madera en la fabricación de las viviendas. Un descuido daba lugar a una gran catástrofe utilizándose también el fuego como arma de guerra. Las condiciones sanitarias de la población favorecerán la difusión de las epidemias y pestes, especialmente gracias a las aglomeraciones de gentes que se producían en las ciudades donde las ratas propagaban los agentes transmisores. Algunos estudiosos consideran que la promiscuidad de algunas clases sociales o la prostitución eran otros factores de riesgo para extender este tipo de enfermedades. La famosa Peste Negra del siglo XIV diezmó terriblemente a la población europea. En palabras de Boccaccio "de nada valieron las humanas previsiones y los esfuerzos en la limpieza de la ciudad (...) ni tampoco que se les prohibiera la entrada a los enfermos que llegaban de fuera ni los buenos consejos para el cuidado de la salud, como ineficaces fueron las humildes rogativas, las procesiones y otras prácticas devotas". En numerosas ocasiones las epidemias eran consideradas por los hombres de su tiempo como testimonios del fin del Mundo. Algo similar ocurría con las inundaciones tal y como nos narran los "Anales Compostelanos" en referencia a las lluvias torrenciales sufridas en tierras gallegas durante el mes de diciembre de 1143: "las aguas destruyeron casas puentes y muchos árboles; sumergieron animales domésticos, rebaños e incluso hombres, y confundieron las vías seguras de antiguo". Durante el año 1434 "murió mucha gente en los ríos y en las casas donde estaban, especialmente en Valladolid, donde cresció tanto Esgueva, que rompió la cerca de la villa e llevó lo más de la Costanilla e otros barrios".
En definitiva, los hombres y mujeres medievales estaban a merced de la naturaleza mucho más que en la actualidad lo que podría explicar algunas de las características de la vida en aquellos momentos como podría ser su robustez física o su paciencia, según algunos estudiosos de la época.